La mayoría de los padres se habrán hecho esta pregunta alguna vez y, es que, criar a un hijo es una ardua tarea que implica ciertos cambios en nuestras vidas y una de ellas es aprender a educar. Es una verdadera responsabilidad afrontar la educación de los hijos y cómo llegar a hacerlo de la mejor manera posible evitando el castigo. Es, en este punto, cuando surge la cuestión de si existe un método eficaz para poder educarles usando técnicas que eviten de alguna forma los castigos que a veces tienden a recurrir los padres cuando llegan a una situación límite y de estrés.
Detrás de cada rabieta o grito pronunciado por un niño hay siempre una razón que le impulsa a ello. Puede tratarse de “un mal día”, de una emoción indeterminada que no sabe gestionar o de alguna necesidad fisiológica. Como padres debemos averiguar qué ha conducido a nuestro hijo ante tal situación, qué ha sido lo que le ha suscitado a producir ese chillido o a iniciar esa rabieta en cuestión.
Quizá el primer paso que debiéramos dar para educar a nuestros hijos sin castigar es reeducarnos a nosotros mismos y gestionar adecuadamente nuestras emociones. Un niño emocionalmente estable es un niño con menos comportamientos negativos.
Hay que tener en cuenta que nosotros como padres debemos vernos como agentes a través de los cuales los niños aprenden valores, hábitos y en quienes siempre encontrarán un soporte ante las dificultades que se les presente en un momento concreto de sus vidas. Los hijos aprenden lo que ven a su alrededor estando rodeados bien de la familia, los amigos o conocidos pero lo que vivan en el día a día en su propio hogar familiar, su entorno más cercano cuando son pequeños, va a ser lo que condicione un tipo de conducta u otra. Si sus padres reaccionan ante los problemas gritando y diciendo palabrotas, los niños aprenderán a reaccionar así cuando se sientan mal. Si, como padres, no sabemos actuar de forma adecuada y gestionar adecuadamente nuestras emociones, ¿cómo podemos pretender que nuestros hijos lo hagan cuando en casa no damos ejemplo de ello?
Es cierto que en determinadas ocasiones resulta difícil no recurrir a alguna forma de castigo tal como una bofetada, azote, poner cara a la pared, mostrar indiferencia,…para solventar una situación en la cual no sabemos cómo actuar. Pero estas formas de castigo, a la larga, conllevan a una conducta negativa del niño.
Existen muchas estrategias para educar sin castigar cuyos principios esenciales son:
Partiendo de una visión global de la educación sin castigos, algunos puntos clave a tener en consideración para poder enseñar a nuestros hijos de forma positiva, eliminando los castigos son:
El castigo es “la forma más fácil” para “solucionar” un problema y su efecto sobre la conducta es solamente temporal llegando a provocar consecuencias negativas. Muchas personas defienden el castigo porque consideran que realmente hay actitudes que no se pueden tolerar (y en cierto modo tienen razón, pero sólo de manera puntual) y, si se repiten, el castigo es la única manera que tienen de actuar (porque quizás no conozcan otro método o porque le resulte el camino más rápido para detener el problema). Hay situaciones en que se entiende que es preciso interrumpir una mala acción pero el castigo debe ser la última técnica a emplear.
Recuerda que los castigos son poco educativos y que difícilmente logra erradicar una conducta negativa de manera duradera pero si en alguna situación determinada no queda más remedio que emplear el castigo no recurras al castigo físico, como alternativa aplica la retirada de reforzadores o estímulos positivos para él prohibiéndole cosas que le gusta al niño (ver sus dibujos preferidos, comer su postre favorito-pero no dejarle sin postre, ir al parque, por ejemplo) pero nunca uses la bofetada, golpes,…etcétera
Es posible que la causa por la que el castigo permanece como herramienta o método sea su aparente eficacia e inmediatez para controlar o detener el comportamiento inadecuado o quizás simplemente sigue vigente porque fuimos educados así y por lógica natural tendemos a actuar tal y como actuaron con nosotros pero ¿por qué tendemos a educar a nuestros hijos utilizando el castigo si con nosotros no resultó ser eficaz? quizás en ese momento si lo fue pero a largo plazo no.
En cualquier caso castigar a un niño no es la mejor manera de educarlo. Mediante el castigo, pese a que la conducta se extingue de manera puntual, la raíz del problema no se soluciona y son muchos los niños que, pese a haber sido castigados por una conducta, siguen haciéndola cuando pueden o cuando creen no ser vistos.
Emplear castigos como medida habitual de corrección provoca pérdida de confianza del niño hacia los padres o educadores, daña la autoestima del niño, que llega a desvalorizarse; se produce estrés, tensión y agresividad e incluso provoca el uso de la mentira o el engaño para evitar el castigo.
Muchos niños acaban distanciándose de sus padres y les “castigan” a ellos negándoles la comunicación. Otros acaban perdiendo la espontaneidad y la creatividad y se convierten en niños inseguros, temerosos y dependientes de la persona que lo castiga, pues evitan tomar decisiones que puedan ser erróneas y que puedan originar un nuevo castigo.
A los niños hay que educarles para que ellos mismos sean responsables de sus actos y personas autónomas que se respeten a sí mismas y respeten a los demás. Educar requiere paciencia y el trabajo de los padres o educadores debe ir encaminado, siempre que sea posible, a mostrar alternativas y elementos que inviten a reflexionar, no sólo sobre el comportamiento considerado inadecuado, sino también sobre las consecuencias que provoca en los demás.
Proponemos un par de ejemplos que seguramente os serán familiares y os sugerimos cómo actuar:
En ambos casos debemos evitar el enfado, los gritos,… porque no ayudarán en nada. Esto no quiere decir que no seamos autoritarios en determinados momentos en los que lo exija la situación pero siempre actuando desde el cariño. Debemos compartir el tiempo con nuestros hijos e hijas, demostrarles afecto (abrazarles, besarles), que sepan que nuestro amor no disminuye si no se portan bien y premiarles cuando lo merezcan.
La finalidad es que los niños sean personas responsables, autocríticas y autónomas pero con valores propios. Como decía Piaget, “la autonomía sólo aparece con la reciprocidad, cuando el respeto mutuo es lo bastante fuerte como para hacer que el individuo sienta desde dentro el deseo de tratar a los demás como a él le gustaría que le trataran”. Por ello la lucha debe ir encaminada a crear esa autonomía en los niños.
Para conseguirlo es necesaria la vía del diálogo y la comunicación, el ejemplo continúo de los padres en el día a día y la exigencia apropiada, siempre con amor.
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